miércoles, 3 de septiembre de 2008

Vive Dios, o NO, que lo que voy a contarles es una historia verídica, que aconteció en el siglo pasado. Hoy soy un pobre ciego, pero por aquellos años tenía muy buena vista y mejor entendimiento, para guardar en mi memoria esta verdad tan triste que voy a relatarles.

Vivía por estos contornos hace ya muchos años, una guapa moza de nombre República. Muchos habían oído hablar de su singular belleza, pero casi nadie la había podido ver, porque quien decía ser su padrastro, un noble malo, llamado Alonso Borbónico, la tenía encerrada en casa, a cal y canto. Era este tal Borbónico hombre pendenciero, mujeriego, vago y jugador, que maltrataba a la joven República. Las deudas le acosaban y como no tenía ganas ningunas de trabajar para pagarlas, una noche, huyó de aquellas tierras hacia Italíades, para no regresar jamás. ¡Qué alegría de ABRIL!

República recobró la libertad y salió a la calle con su mantón tricolor, herencia de familia, eclipsando con sus encantos a todos cuantos la veían. A su paso le iban gritando ¡Viva la República! y ella les sonreía como solía hacerlo a sus padres, Justicia y Libertario. Era su sola presencia motivo de felicidad y esperanza.

Señores y trabajadores empezaron a rondarla, pero ella sólo tuvo ojos para un hermoso mozo, Progreso. Juntos empezaron a caminar por ese nuevo mundo que nos iluminaba a todos. ¡AY!, pero los celos y la envidia, el despecho y la arrogancia llamaron a la puerta de República. Bienio Negrus, otro hombre malo, prepotente y celoso del amor de República, sirviéndose de sus influencias, mandó encarcelar al bueno de Progreso lejos del pueblo. Bienio, el muy canalla, obligó a la pobre República a vivir bajo su mismo techo, trabajando día y noche sin descanso para él. Bienio Negrus ardía en deseos de poseer a República, pero ésta se revolvía como una fiera y amenazaba con quitarse la vida. Cuando Negrus dijo que mataría a Progreso si no accedía a sus lujuriosos deseos, República claudicó, y fue su honor mancillado. ¡Qué desgracia!, exclamaban sus vecinos. Más de dos años de pena y luto pasó la joven, y sus paisanos también. Pero era esta moza, mujer valiente, fuerte y luchadora, amada por sus conciudadanos, que veían con inmensa tristeza su sufrimiento.

El pueblo se reunió para ayudar a República y VOTÓ por mayoría lo siguiente: denunciar a Bienio a la señora Ley, quien le hizo confesar su ruindad condenándolo al destierro.

Progreso recibió justicia gracias al FRENTE POPULAR y volvió a casa con República. La alegría recorría las calles de todas las villas vecinas. Vientos de libertad, de educación, de derechos, de justicia, de igualdad soplaban por aquellos lares. Nadie pensaba ya en Bienio Negrus y sus crímenes.

Pero la vida es un sin vivir, y Negrus, herido en su orgullo, llamó a sus amigos Generales y sus compinches, Conspiración, Reacción y Eclesia. Juntos estudiaron la manera de castigar a Progreso para siempre, retener a República y someter al pueblo. Una aciaga tarde de JULIO, lo recuerdo como si fuera hoy mismo, esa pandilla de rufianes se acercó al pueblo con la más perversa de las intenciones. Mis padres, Recuperador y Memoria, me enviaron al monte a buscar leña y yo vi a aquellos seres sin corazón llegar sobre sus caballos de muerte. Avisé a los hombres que, con sus aperos de labranza, salieron a defender la casa de República y Progreso, la casa del Pueblo. Mucha sangre se derramó aquel día, la de mi padre también, para poner a salvo a sus amigos, a su futuro.

La joven República y su compañero sufrieron un calvario huyendo de Bienio, del General Dictador y sus secuaces, que sembraban la destrucción tras sus pasos. Aquellos desalmados les siguieron como perros salvajes hasta la frontera. República pudo cruzar, pero Progreso, Progreso recibió un tiro cobarde por la espalda y cayó de rodillas delante de República, suplicándole que se salvara, que corriera, porque ella llevaba en sus entrañas la esperanza de un mundo mejor. República lloraba aferrándose a su vientre y sus pies arrastraban de su cuerpo, que no quería abandonar a Progreso. ¡Qué tragedia!. Progreso cayó CAUTIVO Y DESARMADO.

No acaba aquí la historia, pues ahora viene lo peor. Era Dictador un desalmado, pequeño, sediento de poder, envenenado, loco y sádico que sólo quería ser Caudillo por la Gracia de Dios, cosas que le decía su amiga Eclesia, que era ladina, interesada y cruel. Mucho se divirtieron torturando a Progreso de la forma más horrible que los presentes puedan imaginar. Cuando regresaron al pueblo, mandaron construir un cadalso a los hombres que habían encarcelado por defender a República. Obligaron a las viudas de los que habían dado la vida por República a vestirse de rojo, a tocar el pandero y cantar mientras el pobre Progreso era ejecutado, delante de aquel pueblo que tanto le amó. Ríos de lágrimas se derramaron aquella noche.

A Dictador le gustaron tanto aquellas tierras, que decidió quedarse con ellas para gobernarlas a su antojo, a sangre y fuego. Para ello mató a todo aquel que osó oponerse a su caudillaje, hasta a su amiga Conspiración. El pueblo aterrorizado sólo podía acatar sus órdenes. Sólo una esperanza quedaba para ellos, el hijo de República.
Por aquellos días llegó a oídos de Dictador que un nieto de Alonso Borbónico, Coronado, vivía en Portugalia, gobernada por uno de sus amigos. Dictador no había podido tener hijos varones, decían las malas lenguas que su hija era su sobrina, ya que él había recibido, en acto de servicio, una bala en salva sea la parte. Dictador adoptó al pequeño Coronado Borbónico a cambio de algunos beneficios para la familia de este. Borbónico no era un rapaz muy espabilado, pero si ambicioso y manejable, que comulgó con la doctrina inventada por Dictador, los Principios del Movimiento, pero no aquel que se demuestra andando, este permanecía estático e inamovible. Coronado se parecía mucho a su abuelo, gustaba de todos los placeres de la vida, de los que disfrutaba gratuitamente, como hiciera Alonso Borbónico.

Pero no nos olvidemos de la pobre República y de su hijo, Maqui, que vivían con amargura su exilio en la Galia. Esta, educó a su hijo en el amor a su padre y a su pueblo. Le habló de educación, de igualdad, de felicidad, de fraternidad. Tan hondo caló en Progreso la tragedia de sus padres, que tan sólo con 14 años se tiró al monte como un guerrillero valiente, junto con otros hombres huidos del pueblo. Años y años luchó duramente, sin descanso, en las peores condiciones, hasta que un traidor le vendió. Nacía la leyenda y moría la esperanza, el hijo de República y Progreso había sido asesinado.

La historia, que no se para por nadie, sigue, y tras largos años de tinieblas, miedo y abusos murió Dictador, en su cama, rodeado de los suyos. Fue enterrado con todos los honores en un enorme Panteón que construyeron los esclavos de su dictadura. Coronado lloró, pero recogió el testigo de Dictador y se quedó en el poder. Quiso ser simpático, campechano y próximo, engañando a casi todos. ¡Qué bien había vivido y vivirá!, si no se remedia, rodeado de lujos, sirvientes y mandando a callar a todo el mundo. El pueblo se dejó engatusar por su simpatía, un pueblo que fue obligado por la mano derecha de Coronado, TRANSICIÓN, a olvidar a República y hasta a sus propios muertos, incluido el abuelo de Transición que fue asesinado por Dictador.

Maqui, tuvo una hija, de nombre Democracia, un tanto cándida, a la que su madre poco le había contado de su familia paterna y que fue invitada por Borbónico a vivir en su palacio para que todo el mundo viera que él ya no era como Dictador. ¡Qué perversión!

No se impacienten que ya mismo llega el final de este lamento. Entre tanta desazón brilla una luz, se llama Tercera República, nieta de República y tataranieta de República, hija de Democracia, esperanza del pueblo, que con sólo mirarla siente aquella felicidad de antaño, la que su abuela dio al pueblo. Viaja sin equipaje, con su heredado mantón tricolor y su palabra. Sólo os pido una cosa, que si os la encontráis en vuestro camino le deis cobijo, que ella os pagará con Futuro. Va buscando, entre las gentes de bien, quien la acompañe en su lucha pacífica para liberar a su pueblo del engaño al que está sometido, y honrar a sus abuelos, y a los vuestros. Os lo dice Testimonio, un pobre ciego con mucha vista.

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